Se despertaron temprano a la mañana siguiente y Naoshima les dio los buenos días con una luz cinematográfica; al incorporarse en el colchón, Gala se miró el vientre y aún tenía la pequeña marca del mordisco que le había propinado un ciervo en Nara algunos días antes, y, después de desayunar un pancake en un local llamado Konnichiwa (que en japonés significaba hola), visitaron el Chichu Art Museum, obra de Tadao Ando, y allí fue donde Diego quedó eclipsado por la instalación de Walter de Maria, que le impresionó incluso más que las salas del museo dedicadas a las obras de Claude Monet o James Turrell. El espacio había sido ocupado bajo la dirección del artista por la instalación tituladaTime/Timeless/No time que constaba de una esfera de poco más de dos metros de diámetro y veintisiete formas geométricas de madera dorada. Los espectadores experimentaban el espacio bajo la luz natural que penetraba desde el techo, produciéndose múltiples cambios en la iluminación de la habitación en función de la hora. La enorme esfera ocupaba el epicentro de la sala escalonada y, Diego, sin ser consciente de cuál había sido la intención de Walter de Maria, tuvo la impresión de hallarse en el interior de alguna antigua construcción faraónica, pero, al mismo tiempo, el espacio, la sencillez de los colores y las formas, remitían a alguna civilización futura.